Lunes 6 de Febrero de 2012
Antoni Tàpies, uno de los
maestros del arte de vanguardia del siglo XX y nombre imprescindible de la
historia del arte español, ha muerto hoy a los 88 años. Tàpies nació en
Barcelona en 1923 en una familia burguesa involucrada desde mediados del siglo
XIX en una tradición editorial y librera que despertó muy pronto en el artista
un amor por los libros y la lectura. Esta predisposición se vió acentuada por
la larga convalecencia de una enfermedad pulmonar, durante la cual inició sus
tanteos artísticos.
Progresivamente se dedicó con
mayor intensidad al dibujo y la pintura, y acabó dejando sus estudios de
Derecho para dedicarse plenamente a su pasión. En la década de los cuarenta ya
exponía sus obras, que destacaban en la panorámica artística del momento.
Pintura matérica
Partícipe de una sensibilidad
generalizada que afectó a los artistas de ambos lados del Atlántico, a raíz de
la II Guerra Mundial y del lanzamiento de la bomba atómica, Tàpies expresó muy
pronto un interés por la materia, la tierra, el polvo, los átomos y las
partículas, que se plasmó formalmente en el uso de materiales ajenos a la
expresión plástica academicista y en la experimentación de nuevas técnicas.
Las pinturas matéricas forman una
parte sustancial de su obra. Tàpies creía que la noción de materia debía
entenderse también desde la perspectiva del misticismo medieval como magia,
mimesis y alquimia. En este sentido hay que entender el deseo del artista de
que sus obras adquieran el poder de transformar nuestro interior.
Durante los años cincuenta y
sesenta fue elaborando una serie de imágenes, generalmente extraídas de su
entorno inmediato, que aparecerán en las distintas etapas de su evolución.
Muchas veces, una misma imagen, además de aparecer representada de diversas
formas, tiene múltiples significaciones diferenciadas que se irán
superponiendo. Su mensaje se centra en la revaloración de lo que se considera
bajo, repulsivo, material (no en vano Tàpies escoge a menudo temas
tradicionalmente considerados desagradables y fetichistas, como un ano
defecando, un zapato abandonado, una axila, un pie...).
Denuncia y protesta
Su obra fue siempre permeable a
los acontecimientos políticos y sociales del momento. A finales de los años
sesenta y principios de los setenta, su compromiso político contra la dictadura
de Franco se intensificó, y las obras de este período tienen un marcado
carácter de denuncia y protesta. Coincidiendo con la eclosión del arte povera
en Europa y el posminimalismo en EE.UU., Tàpies acentuó su trabajo con objetos,
no mostrándolos tal como son, sino imprimiéndoles su sello e incorporándolos a
su lenguaje. A principios de los ochenta, una vez restaurado el Estado de
Derecho en España, el interés de Tàpies por la tela como soporte adquiere una
fuerza renovada.
Durante esos años realiza obras
con goma-espuma o con la técnica del aerosol, utiliza barnices y crea objetos y
esculturas de tierra chamoteada o de bronce, y se mantiene muy activo en el
campo de la obra gráfica. Por otra parte, a finales de los ochenta parece
reforzarse su interés por la cultura oriental, una preocupación que ya se había
ido gestando en los años de la posguerra y que se convierte cada vez más en una
influencia filosófica fundamental en su obra, por su énfasis en lo material,
por la identidad entre hombre y naturaleza y por la negación del dualismo de
nuestra sociedad. Igualmente, Tàpies se siente atraído por una nueva generación
de científicos, capaces de apoyar una visión del universo que entiende la
materia como un todo, sometido al cambio y la formación constantes.
Reflexión sobre el dolor
Las obras de los últimos años
constituyen esencialmente una reflexión sobre el dolor -físico y espiritual-,
entendido como parte integrante de la vida. Influido por el pensamiento
budista, Tàpies considera que un mayor conocimiento del dolor permite
dulcificar sus efectos, y de este modo, mejorar la calidad de vida.
El paso del tiempo, que ha sido
una constante en su obra, adquiere ahora nuevos matices, al vivirse como una
experiencia personal que comporta un mejor autoconocimiento y una comprensión
más clara del mundo que le rodea. Durante estos últimos años consolidó un
lenguaje artístico que, por una parte, traduce plásticamente su concepción del
arte, y por otra, unas preocupaciones filosóficas renovadas con el paso del
tiempo. Su práctica artística siguió siendo permeable a la brutalidad del presente,
a la vez que ofrecía una forma que, pese a su ductilidad, permanecía fiel a sus
orígenes. En este sentido, las obras de los últimos años no sólo se inscriben
en la contemporaneidad, sino que también son un registro del pasado del
artista.
Obra gráfica y ensayo
Paralelamente a la producción
pictórica y objetual, Tàpies fue desarrollando desde 1947 una intensa actividad
en el campo de la obra gráfica. En este sentido, vale la pena destacar que el
artista realizó un gran número de carpetas y libros de bibliófilo en estrecha
colaboración con poetas y escritores como Alberti, Bonnefoy, Du Bouchet,
Brodsky, Brossa, Daive, Dupin, Foix, Frémon, Gimferrer, Guillén, Jabès, Mestres
Quadreny, Mitscherlich, Paz, Saramago, Takiguchi, Ullán, Valente y Zambrano, entre
otros.
Asimismo desarrolló una tarea de
ensayista que dió lugar a una serie de publicaciones, algunas traducidas a
distintos idiomas: La práctica del arte (1971), El arte contra la estética
(1977), Memoria personal (1983), La realidad como arte. Por un arte moderno y
progresista (1989), El arte y sus lugares (1999) y Valor del arte (2001).